Desde hace años la sociedad cubana demanda grandes cambios que puedan hacer más prospera y equilibrada la vida nacional. En ese sentido, el país ha esperado mucho de las autoridades, con bastante generosidad. No obstante aunque se han logrado cambios importantes, como la entrega de tierra y el establecimiento del cuentapropismo, así como las recientes reformas relacionadas con el traspaso de propiedad de los automóviles y las viviendas, el pueblo siente que no ocurre algo grande, capaz de renovar la vida y desterrar la desesperanza.
En Cuba hacen falta importantes cambios económicos, sociales, políticos, espirituales y hasta simbólicos. Estas reformas, como es lógico, tendrán que ser ordenadas y esto exige de cierta gradualidad. Sin embargo, no podemos darnos el lujo de confundir tal gradualidad con falta de claridad y de celeridad. Las transformaciones deberán ser ordenadas, sin prisa pero sin pausa, o sea, paso a paso y sin perderse el orden, pero con el mayor apremio y hacia la mayor integralidad posible. Sería penoso que las actuales generaciones de cubanos tuvieran que sufrir el dolor de ver sus aspiraciones truncadas por la falta de oportunidades para acceder a una vida plena.
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